lunes, 12 de marzo de 2012

El libro clásico de Peter Rice: Un Ingeniero Imagina


“…Así, a cualquier lado que nos volviésemos, el diálogo y la comunicación aparecían bloqueados por los convencionalismos, los prejuicios y el miedo al fracaso. Nosotros tuvimos el mismo problema al principio cuando estábamos en pleno proceso de ideación del proyecto. No conseguíamos convencer ni incluso explicarnos. Hizo falta toda una serie de peripecias agotadoras para que se comprendiese el lenguaje más sencillo. Lo mejor que funcionó finalmente fue la comunicación entre arquitectos e ingenieros, un diálogo que, sin embargo, tiene fama de ser difícil. Rindo aquí homenaje a los arquitectos, no sólo por su voluntad de diálogo sino también por su capacidad de dejar las riendas a quienes les rodeaban, a darles confianza para tomar decisiones de las que, a fin de cuentas, ellos también serían responsables. Creo que se trata de una virtud que da confianza en uno mismo. Sea como sea, no es frecuente encontrarla.
Por último el cliente. ¿Cómo calificarlo? La palabra “raro” sería un eufemismo. Como se dice en Francia, “era un sage”. Se puede amar o no amar al Centro Georges Pompidou porque hay mucho de aborrecible allí y el mismo equipo, si lo proyectase hoy, atemperaría sin duda su vitalidad bruta y ósea. Pero es posible, al menos así lo espero, ponerse de acuerdo en decir que valía la pena construirlo y, más aún, construirlo correctamente. Representa una etapa necesaria, un reconocimiento de la realidad tecnológica en la que vivimos y del modo en que puede ser domesticada. Es, creo yo, toda la historia de la ingeniería: el intento de personalizar la tecnología. De darle una identidad humana. Sin el cliente y, en particular, sin Robert Bordaz, nada de eso habría sido posible.
¿Mereció la pena? Sin ninguna duda, sí. Para mí la respuesta es sencilla: un día, tiempo después de la inauguración, vi a una señora de edad, vestida de negro como las madres irlandesas de mi niñez, sentada, mirando pasar la gente, con los ojos redondos de asombro. La observé durante un buen rato, tranquilamente sentada, acariciando el borde de la gerbereta en la cuarta planta, ni temerosa ni intimidada. Y pensé que si se llegaba a dar a la gente, con la ayuda de un elemento tal, un sentimiento tal de comodidad y no de alienación, esa era la prueba de lo que cuenta en el edificio: utilizar los elementos y los materiales de modo que reflejen su verdadera naturaleza. Este sentimiento, sin duda, no se debe por completo a la fundición, pero la fundición ha contribuido ciertamente de forma muy positiva a la creación de ese ambiente. Mereció la pena.”
Peter Rice. “Un Ingeniero Imagina”. Madrid. CINTER, Divulgación Técnica, 2008
Traducción de Álvaro García Meseguer.
Edición Original: “An Engineer Imagines”. Londres. Ellipsis, 1994
Extracto seleccionado del capítulo 1: Beaubourg.

Agradecemos especialmente a Marina Miceli, del equipo de Comunicación de la Firma Ove Arup con sede en Madrid, el muy gentil envío del clásico libro de Peter Rice (1935-1992), uno de los ingenieros más importantes del siglo XX y director de la firma. De lectura obligatoria para estudiantes y arquitectos jóvenes
Fotografía del arq. Nicolás D´Hervé
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Seleccionado por el arq. Martín Lisnovsky

2 comentarios:

ING Antonio dijo...

Espero que los estudiantes de Arq.entiendan el funcionamiento de las estructuras de ING Peter Rice,que son las que le salvan el prestigio a los famosos Arquitectos que se llevan todo el reconocmiento de la sociedad,mientras que el genio de Peter se revuelca en la inmensa ciénaga de los ilustres Ingenieros desconocidos,que son los que crean,imaginan e inventan.

Anónimo dijo...

Madura Antonio

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