domingo, 8 de noviembre de 2009

Alvin Toffler: La Tercera Ola y La Revolución de la Riqueza


LA ARQUITECTURA DE LA CIVILIZACIÓN
"Hace trescientos años —medio siglo arriba o abajo— se oyó una explosión cuya onda expansiva recorrió la Tierra, demoliendo antiguas sociedades y creando una sociedad totalmente nueva. Esta explosión fue, naturalmente, la revolución industrial. Y la gigantesca fuerza de impetuosa marea que desató sobre el mundo —la segunda ola— chocó con todas las instituciones del pasado y cambió la forma de vida de millones de personas.
Durante los largos milenios en que la civilización de la primera ola ejerció su absoluta soberanía, la población del Planeta podría haberse dividido en dos categorías, los “primitivos” y los “civilizados”.
Las llamadas sociedades primitivas, que vivían en pequeñas bandas y tribus y subsistían mediante la caza o la pesca, eran las que habían sido dejadas de lado por la revolución agrícola.
Por el contrario, el mundo “civilizado” estaba constituido por aquella parte del Planeta en que la mayoría de la gente cultivaba el suelo. Pues dondequiera que surgió la agricultura, echó raíces la civilización. Desde China y la India hasta Benin y México, en Grecia y en Roma, las civilizaciones nacieron y murieron, lucharon y se fundieron en interminable y policroma mezcla.
Pero por debajo de sus diferencias existían similitudes fundamentales. En todas ellas, la tierra era la base de la economía, la vida, la cultura, la estructura familiar y la política. En todas ellas prevaleció una sencilla división del trabajo y surgieron unas cuantas clases y castas perfectamente definidas: una nobleza, un sacerdocio, guerreros, ilotas, esclavos o siervos. En todas ellas el poder era rígidamente autoritario. En todas ellas, el nacimiento determinaba la posición de cada persona en la vida. Y en todas ellas la economía estaba descentralizada, de tal modo que cada comunidad producía casi todo cuanto necesitaba.
Hubo excepciones... nada es simple en la Historia. Había culturas comerciales cuyos marineros cruzaban los mares, y reinos altamente centralizados, organizados en torno a gigantescos sistemas de riego. Pero, pese a tales diferencias, estamos justificados para considerar todas estas civilizaciones aparentemente distintas como casos especiales de un fenómeno único: la civilización agrícola, la civilización extendida por la primera ola.
Durante su dominación se dieron ocasionales indicios de cosas futuras. En las antiguas Grecia y Roma existieron embrionarias factorías de producción en masa. Se extrajo petróleo en una de las islas griegas en el año 400 a. de J.C., y en Birmania, en el 100 de nuestra Era. Florecieron grandes burocracias en Babilonia y en Egipto. Surgieron extensas metrópolis urbanas en Asia y América del Sur. Había dinero e intercambios comerciales. Rutas comerciales surcaban los desiertos, los océanos y las montañas, desde Catay hasta Calais. Existían corporaciones y naciones incipientes. Existió incluso, en la antigua Alejandría, un sorprendente precursor de la máquina de vapor.
Sin embargo, no hubo en ninguna parte nada que ni remotamente hubiera podido denominarse una civilización industrial. Estos atisbos del futuro, por así decirlo, fueron meras singularidades producidas aisladamente en la Historia, dispersas a lo largo de lugares y períodos distintos. Nunca se combinaron, ni hubieran podido combinarse, en un sistema coherente. Por tanto, hasta 1650-1750, podemos hablar de un mundo de la primera ola. Pese a los parches de primitivismo y a los indicios del futuro industrial, la civilización agrícola dominaba el Planeta y parecía destinada a dominarlo siempre.
Este era el mundo en que estalló la revolución industrial, desencadenando la segunda ola y creando una extraña, poderosa y febrilmente enérgica contracivilización. El industrialismo era algo más que 18 chimeneas y cadenas de producción. Era un sistema social rico y multilateral que afectaba a todos los aspectos de la vida humana y combatía todas las características del pasado de la primera ola. Produjo la gran factoría Willow Run en las afueras de Detroit, pero puso también el tractor en la granja, la máquina de escribir en la oficina y el frigorífico en la cocina. Creó el periódico diario y el cine, el “Metro” y el “DC-3”. Nos dio el cubismo y la música dodecafónica. Nos dio los edificios de Bauhaus y las sillas de Barcelona, huelgas de brazos caídos, píldoras vitamínicas y una vida más larga.
Universalizó el reloj de pulsera y la urna electoral. Más importante, unió todas estas cosas —las ensambló como una máquina— para formar el sistema social más poderoso, cohesivo y expansivo que el mundo había conocido jamás: la civilización de la segunda ola."
Extracto de: Toffler, Alvin. La Tercera Ola. 1980
También recomendamos: Toffler, Alvin y Heidi. La Revolución de la Riqueza. 2006

Casi 30 años de uno de los libros indispensables para comprender la cultura en la cual vivimos. Casi 3 del libro que nos hizo tomar conciencia del potencial de nuestro tiempo. No hablan específicamente de Arquitectura, pero nos abren el abanico de interpretación de lo que culturalmente los arquitectos intentan diariamente. Sumamente Indispensables.
Recomendados por el arq. Martín Lisnovsky

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