En 1967, Félix Luna, un abogado argentino sobrino de un vicepresidente radical, con más alma de historiador que de abogado, con más pluma de poeta que de historiador, y con más sentimientos argentinos que tantos que abusan del nombre del país, fundó la revista "Todo es Historia". Por entonces, todo eso resultaba extraño: una revista de historia con tapas en color, como las publicaciones deportivas o de actualidad, una revista de historia que se vendía en los kioscos de diarios, una revista de historia que hablaba de cosas sencillas, de la vida cotidiana, y ese título tan raro que, en vez de decir que la historia era cosa de próceres, batallas y bronces... Era difícil imaginar cuánta filosofía había detrás, cuanta idea avanzadísima en materia historiográfica, cuanta riqueza provocativa para la introspección del país había en ese manifiesto periodístico inesperado. Por entonces, la historia, en la Argentina era cosa de doctores o de efemérides escolares, pero no era tema cotidiano.
La desconfianza inicial que esta iniciativa editorial suscitó en claustros universitarios, fue disipándose cuando rápidamente empezó a entenderse la travesura de nuestro historiador: hacer pensar a todos, justamente, que la historia no es sólo una parte de lo vivido, sino todo, dar una imagen más completa y no menor, suscitar reflexiones críticas no sólo sobre los hechos de la política o la economía del pasado, sino también sobre la vida de todos los días, sobre los hechos y las cosas de todos.
Félix Luna escribió sus libros de historia: algunos, muy originales, otros sobre temas inéditos, algunos polémicos, muchos, muy necesarios. Como historiador, habló con el lenguaje llano de un escritor comprensible para el común de la gente. Pero también se aventuró en la ficción literaria, a partir de la historia, a partir de la imaginación y mezclando ambas con ánimo juguetón. El abogado era también un folklorista y un amante enamoradísimo de la música del país, y sin simular imágenes ajenas a su personalidad polifacética, agregó al folklore argentino algunas composiciones que parecen hoy eternas: la "Misa Criolla", "Alfonsina y el mar", "Rosarito Vera, maestra", la "Gringa chaqueña" y muchas más, que en la voz de Mercedes Sosa y con el piano de Ariel Ramírez alegraron, acompañaron, invadieron de nostalgia e hicieron sentir que la Patria no era algo muerto sino vivo, a una sucesión de generaciones argentinas.
Al principio, las páginas de su revista contaron con una serie de colaboradores que luego dejaron de publicar. Después de muchos años, Félix Luna confesó que él mismo había hecho desaparecer a esos seudónimos en la medida en que fue logrando colaboradores reales. Desde entonces, las páginas de "Todo es Historia" se abrieron a autores de las más diversas latitudes argentinas, de muy diversas posturas políticas, historiográficas y culturales. Quien escribe estas líneas fue uno de los bendecidos por esa generosidad sin límites de un hombre bueno que profesó un también ilimitado amor sencillo por un país y que, pese a los cataclismos políticos de estas décadas, mantuvo siempre viva una idea de libertad, de paz y de unión nacional a través de las páginas de su revista.
Un buen día, los Académicos de la Historia reconocieron en el abogado inventor de la revista de los kioscos, a un par. Y "Falucho", como todos lo conocían en su ambiente poblado de afectos, habrá sonreído diciéndose para sí mismo: -ahora sí, todo es historia.
Esta mañana, Félix Luna dejó de acompañarnos con su mirada soñadora –tantas veces velada por las piruetas del humo que lo envolvía, fumador casi artístico para mal de su salud. Pero nos acompañó hasta sus altos 84 años y nos seguirá acompañando benévolamente desde sus páginas, desde un hermoso recuerdo que nos deja de una vida valiosa y desde el amor que siempre su hija Felicitas Luna nos contagió a todos.
Gustavo A. Brandariz
Buenos Aires, 5 de noviembre de 2009.
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