El Partenón surgió de un fervor en que iban mezclados el triunfo de Atenas, el culto a Palas y el genio de los hombres que presidía la inquietud inmortal de Fidias. En poco más de diez años se concluyó el templo. Ahí estaba la estatua de Palas, con su cara y sus manos de marfil, su casco de oro. Pasó el tiempo. Vinieron los cristianos, sacaron de su altar a la diosa original e instalaron la catedral de Atenas en el templo. Las paredes se cubrieron por dentro de frescos. Pasó el tiempo. Vinieron los turcos y sacaron las imágenes de la religión destronada. Desaparecieron los símbolos cristianos. El templo seguía en pié, con sus columnas intactas, y los caballos y los dioses en el triángulo donde había soplado el genio antiguo. Sólo que los edificios se dedicaron a servicios que no siempre fueron santos. El templo de las cariátides se convirtió en letrina. Era la ocupación militar de
Maldita sea
Germán Arciniegas
Atenas, 14 de agosto de 1955
Editado por el arq. Gustavo Brandariz y por el arq. Martín Lisnovsky
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