jueves, 8 de mayo de 2008
Charles Edouard Jeanneret, la sensibilidad de un joven observador
En 1911 un joven Le Corbusier realizó un viaje que comenzó en el estudio de Peter Behrens y lo llevó por ciudades como Viena, Bucarest, Constantinopla (?), Atenas, Nápoles, etc. La sensibilidad y el poder de observación de este joven amigo suizo se verán reflejados en los croquis y en su diario de viaje, publicado tiempo después en el año de su muerte, 1965. Muestra de la destreza del ojo, el corazón y la mano les dejamos un capítulo titulado simplemente: "Un Café"
Un azar me condujo allí, me perdía en cualquier parte con tal de escapar al Bazar. Todo es frescor y calma, pues unos árboles seculares enmascaran el cielo. Grandes telas grises o encarnadas, o rayadas de blanco, colgadas de los cuatro extremos con troncos de árbol, penden sus vientres a pocos metros del suelo. Sobre los círculos grises bordados de luto del irregular pavimento, danzan los ruedos de luz blanca difusa a través del follaje. Las pequeñas
jaulas ricas donde se dan frente dos divanes y donde se prepara el café, marcan a un lado un límite ininterrumpido; allí, unas casas turcas impiden la mirada tratando de deslizarse en la estrechez de una calle serpenteante. Había subido para llegar hasta allí una extraña escalera de piedra y había pasado bajo una bonita puerta en una alta pared. Numerosos bancos están dispersos por todas partes, formando apartados; unos tapices rayados en rojo, en negro y
amarillo los recubren; son profundos y tienen un respaldo y reclinatorios, pues no son para sentarse: después de descalzarse, te acurrucas; eso da un aspecto muy gracioso, un aire muy formal, muy limpio, y nos dispensa de nuestras maneras recodadas de carpinteros abrumados o de jóvenes juerguistas quemados. El café se sirve, como sabéis, en tazas minúsculas y el té en vasos en forma de pera. Uno y otro cuestan un céntimo, lo que permite nuevas series.
Un centenar de turcos charlan, sin un grito. El agua ronronea en los narguiles y el aire se azulea con el humo. Estamos en el país de los tabacos exquisitos, se hace un uso desmesurado de ellos. Cuando eso desquicia uno se modera, pero Auguste se suicida hasta el final. Los fez se suman a los turbantes; los grandes vestidos negros a los azules y grises. Vemos pasar a un viejo todo vestido de rosa, que le da un aspecto de niño. Los viejos son siempre amables, alegres, con la mirada viva, y nunca impotentes; la oración les vale esa salud, gracias a la gimnasia que exige; así pues se rien siempre esos viejos gentiles y se largan como hurones con algún inseparable carpus bajo el brazo.
Encima de mi mesa se arquean hortensias azules; en otra parte se trata de rosas y claveles; a dos pasos canta una pequeña fuente de mármol en rococó turco. Unos gatos se pavonean, buscando ovillos y para dar un alma a este café, he de decir que una inmensa arcada de mezquita reposa sus seis pilares poligonales justo en medio de los bancos; los capiteles son de un gunto extraño de barroco español. Cinco pequeñas cúpulas conducen a la gran pared uniforme que abre una estrecha y alta puerta de madera negra donde lucen en complicado alineamiento, incrustaciones de nácar y marfil. Los abigarrados tapices alcanzan las esteras de caña extendidas bajo las cúpulas. El acaba de subir al minarete que divisamos a través del follaje y se expande la estridente llamada a la oración, las esteras se cubren de fieles que se arrodillan, se levantan y adoran a Alá.
Pero he aquí la nota conmovedora, determinante de la elevada poética del turco: en medio de las mesas hay tres túmulos de algunos metros, bordeados de piedra y guarnecidos con una fina barrera de hierro; una linterna colgada de un árbol que ha crecido allí arde todas las noches para alumbrar las tumbas que se levantan, estelas con escrituras castigadas con el látigo, diciendo sin duda, las virtudes de los valientes dormidos entre las raíces de la gran higuera-que como su alma conduce al cielo. Es preciso que estén entre los vivos para mantenerlos en Dulce Muerte. Esos viejos bondadosos tan gentiles en sus vestidos infantiles, rosas, azules y blancos, deben venir a saludarlos cada mañana y decirles con su barba, en un ceceo precipitado: ¡Sí, sí, pronto venimos nosotros, ya venimos, yo me alegro!"
No lejos del Bazar febril, el café de Mahmoud Pacha, una pequeña mezquita con un minarete y una única gran cúpula que sostienen cuatro muros completamente desnudos. Con Auguste pasamos buen número de tardes.
Charles Edouard Jeanneret. El Viaje a Oriente (La Voyage d’Orient, 1965)
Valencia, 1984, Artes Gráficas Soler.
Diario de Viaje de 1911, publicado en el año de su muerte 1965
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2 comentarios:
Gracias por este material, fue un hermoso momento, debo confesar que al entrar a la facultad Le Corbusier fue lo primero que me atrapó, y su magia en mí sigue causando admiración.
...
Algo que siempre me llamó la atención, fue lo poco que se sabe (no me puse a investigar, lo admito) de la relación con su primo, y del peso que éste pudo haber tenido o no en su obra.
Saludos.
Es verdad, haremos un artículo sobre el Primo Oculto en brevee, muy buena Idea!!! Gracias
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