viernes, 20 de febrero de 2009

12 Segundos de Oscuridad: Un Paseo por Cabo Polonio, Uruguay





Gira el haz de luz Para que se vea desde altamar
Yo buscaba el rumbo de regreso Sin quererlo encontrar
Pie detrás de pie Iba tras el pulso de claridad
La noche cerrada apenas se abría, se volvía a cerrar
Un faro quieto Nada sería
Guía mientras no deje de girar
No es la luz Lo que importa en verdad
Son los 12 segundos de oscuridad”
Jorge Drexler, álbum “12 segundos de oscuridad”

[Memorias de Cabo Polonio, Rocha, Uruguay]
Par dialéctico……
Hay dos perspectivas opuestas y al mismo tiempo superpuestas para contar la vida en el Cabo.
Aquella objetiva descriptiva. Aquella subjetiva poética.

Descripción sin ornamentos.
Agua corriente, electricidad, internet, wifi, gas, 4x4, asfalto o Direct TV son comodidades desconocidas, en algunos casos raros extraños, en el Cabo. Sin calles, puentes, represas o subterráneos, es sólo el faro la única obra de algún tipo de ingeniería que brinda mínima infraestructura a esta isla metafórica de civilización, tan cerca pero tan lejos de ciudades como Montevideo o Punta del Este. Para el habitante estructurado y acostumbrado a las comodidades de la vida moderna, una infinidad de complicaciones se suceden en el transcurso de un día en el Cabo. Bombear, si no comprar, el agua para poder cocinar o bañarse, aljibes, baldes y cachimbas vuelven de entre los muertos coloniales para servirnos.
Velas y fuego son tan necesarias como el aire durante la noche, ya no complementos para una velada romántica sino utensilios imprescindibles para pretender estar despierto.
Sin electricidad no sólo es luz la carencia, sino también electrodomésticos como la heladera la cual se reemplaza por sucesivas idas y venidas al único punto de venta de enseres que existe en el Cabo, estratégicamente ubicado en el “centro de todas las cosas”.
Habitar en el Polonio lleva a la civilización del siglo XXI a una excursión forzada a tiempos ya inmemorables sin ser un parque temático, sino la realidad lo que se percibe, sin ser un juego en el que cuando advenga el aburrimiento alguien suba una llave térmica y prenda la luz para hacer todo más fácil.

Percepción ornamentada
Sin calles, las casas desperdigadas se ubican buscando inmejorables visuales a cada una de las dos playas que rodean esta península. Tal vez, como lo describe Drexler, lo hagan para dejar pasar entre ellas también la luz guía nocturna que es el faro. Ya no importan ni la materialidad, ni las comodidades o ambientes y el romance con cada lugar comienza a surgir de aquello que se escapa a través de la ventana en un lugar en que el mar es completamente verde, la tierra dunas perfectas de arenas blanquecinas o extensiones parejas de pasto verde. Si bien existen dos zonas norte y sur de tipologías de caseríos distintas (aquellas de mampostería blanca a lo Santorini con mayor cantidad de “amenities” frente a aquellas hippie chic de ranchos de madera de la playa norte) hay en el Cabo una homogeneidad en que el espacio público se inmiscuye y los límites entre predios no existen.
En una geografía de electrocardiograma, subidas y bajadas delimitan los caminos que sólo los sucesivos pasos cíclicos marcan. Son, sin embargo, nada peligrosos aquellos rumbos caprichosos que unan puntos que particularmente nos interesen, el faro o las playas son suficiente referencia para conservar la orientación a pesar de no haber sido transitados nunca, más que por los animales, caballos o gallos, que conviven en este paisaje urbano a la par de los hombres y mujeres.
De noche, la oscuridad es plena si la luna es nueva, tal y como la canción lo relata, “la noche cerrada apenas se abría y se volvía a cerrar” dependiendo exclusivamente de los 12 segundos que el faro tarda en dar una vuelta completa. Por el contrario, las noches de luna llena son casi tan claras como la tarde haciendo innecesario cualquier tipo de linterna o vela para recorrer la totalidad del cabo.
Es, en la ausencia de la urbanidad, la influencia de la naturaleza tan inmensa como ella misma. La via láctea muestra todas sus densidades y partículas y el ruido del mar cobra una presencia ensordecedora a veces sin tránsito vehicular que lo esconda. No hay ipods en nuestros oídos y la música eventual que se escucha nace en cuerdas de guitarras cercanas bajo las manos de músicos generosos que la comparten en paradores, casas o playas.
Habitar en el Polonio lleva a la civilización del siglo XXI a una excursión forzada a tiempos ya inmemorables , ni la paz del silencio, ni el placer de un buen libro ni la reflexión de una caminata en soledad son artilugios fingidos, todo, de alguna forma, se halla en un nivel de síntesis que hace del vivir una aventura más cercana a aquello que nos da un placer sinceramente humano.
Escrito y Fotografías de la arqta. Mariana Rodriguez Cáceres.
Editado por el arq. Martín Lisnovsky

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy lindo.

Anónimo dijo...

¿Cómo existen lugares así que todavía no conozco? Gracias por al info, espero ir pronto. Buenísimo el texto y las fotos

Mariana RC dijo...

Jessica, gracias. Un lugar imperdible, no dudes de ir.
Mariana (la autora)

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