miércoles, 25 de julio de 2007
La Forma sigue a la razón de Sullivan
En la naturaleza, todas las cosas tienen una forma, vale decir, un aspecto exterior que nos dice lo que son y que las distingue entre si y a la vez de nosotros.
Indefectiblemente, en la naturaleza estas formas expresan la vida interior, la cualidad intrínseca del animal, árbol, pájaro o pez que nos presentan; son tan características, tan reconocibles, que decimos simplemente que es natural, que así debe ser. Sin embargo, ni bien atisbamos bajo la superficie de las cosas, no bien penetramos mas allá del tranquilo reflejo de nosotros mismos y de las nubes sobre nosotros, en la clara, fluida, insondable profundidad de la naturaleza, descubrimos cuan sobrecogedor es su silencio, cuan admirable es la corriente de la vida y absorbente el misterio. La esencia de las cosas toma forma, incesantemente, en la materia de las cosas; a este proceso indecible lo llamamos nacimiento y desarrollo.
Llega un momento en que el espíritu y la materia se marchitan juntos y a esto lo llamamos decadencia, muerte. Estos dos acontecimientos parecen unidos e independientes, parecen confundirse en uno solo, como una burbuja y su matiz tornasolado y un aire en lento movimiento parece impulsarlos. Un aire maravilloso, más allá de toda comprensión.
Sin embargo, aquel cuyos ojos inmutables se posan en el contorno de las cosas y mira amorosamente el lado en donde brilla el sol, al que gozosamente consideramos vida, siente su corazón henchido de alegría por la belleza, la exquisita espontaneidad con que la vida busca y asume sus formas, en perfecto acuerdo y correspondencia con sus necesidades. Pareciera que la vida y la forma fueran siempre absolutamente una misma cosa, inseparable; tan completa es la sensación de plenitud.
Sea el águila con las alas abiertas en el vuelo, o un capullo florecido en el manzano, sea el caballo del arado, el blanco cisne, el ramaje de un roble, un arroyo serpeante, las nubes pasajeras, en todo lo que esta bajo el sol la forma sigue siempre a la función y esta es una ley. Cuando la función no varía no varia la forma. Las rocas de granito, las colinas en perpetua cavilación, permanecen inmutables; el relámpago despierte a la vida, cobra forma y muere en un instante.
Es una ley que penetra en todas las cosas orgánicas e inorgánicas, en todas las cosas físicas y metafísicas, en todas las cosas humanas y sobrehumanas, en todas las genuinas manifestaciones del cerero, el corazón, la mente, y dictamina que la vida sea reconocible en su expresión, que la forma siga siempre a la función. Esa es la ley.
Entonces ¿debemos transgredirla diariamente en nuestro arte? ¿Somos tan decadentes, tan imbéciles, tan absolutamente miopes, que no podemos ver esta verdad tan simple? ¿Es una verdad tan transparente que podemos ver a través de ella sin verla? ¿Es realmente algo tan maravilloso, o es mas bien algo común, tan cotidiano, tan cercano a nosotros que no podemos advertir que el contorno, la forma, la expresión exterior o el diseño, o como queramos llamarlo, del alto edificio de oficinas debiera seguir la naturaleza de las cosas y cumplir sus funciones y que cuando la función no varia, la forma no debe variar?¿Acaso no demuestra esto inmediata, clara y terminantemente que los dos pisos mas bajos cobraran un carácter especial, adecuado a sus necesidades especiales, que las hileras de las oficinas típicas, teniendo una misma función invariable, deberán ajustarse a la misma forma invariable y que respecto de la buhardilla, especifica y decisiva como es su naturaleza, también lo será su función en fuerza, significación, continuidad y evidencia de la expresión exterior? De esto, no de teoría, símbolo o lógica imaginaria alguna, resulta una división en tres partes, de modo natural, espontáneo e inconsciente.
Así, el diseño del alto edificio de oficinas ocupa su lugar, junto a todos los demás tipos arquitectónicos cuando la arquitectura es un arte viviente, como sucede cada tanto en el curso de los anos. Lo testimonia el templo griego, la catedral gótica, la fortaleza medieval.
Así, cuando el instinto natural y la sensibilidad gobiernen el ejercicio de nuestro amado arte; cuando la ley conocida, la exigencia de que la forma siga siempre a la función sea respetada; cuando nuestros arquitectos dejen de reñir y discutir con jactancia, esposados en la prisión de una escuela extranjera; cuando se sienta sinceramente, y se admita con alegría que esta ley hace accesible el aire soleado de los prados verdes y nos conceda una libertad que ningún hombre sensato transformaría en licencia, disuadido por la belleza misma y por la esplendidez del funcionamiento de esa ley, tal como o exhibe la naturaleza; cuando veamos con manifiesta claridad que estamos meramente hablando en un idioma extranjero y que se nota nuestro acento norteamericano, mientras que, bajo la influencia benigna de esta ley, cada uno de los arquitectos de nuestro país podría expresar lo que tiene para decir del modo mas sencillo, modesto y natural, que podría realmente desarrollar su propia personalidad individual y que así el arte arquitectónico que cultivara se convertiría ciertamente en un lenguaje viviente, en una forma natural de expresarse, que le daría sosiego y sumaria tesoros al arte cada vez mayor de esta tierra; cuando sepamos y sintamos que la naturaleza es nuestra amiga, no nuestra enemiga implacable; que un atardecer en el campo, una hora junto al mar, un solo día de aire libre presenciando el amanecer, el momento en que el sol se encuentra en el cenit, el crepúsculo, nos sugerirá todo lo que es rítmico, profundo y eterno en el vasto arte de la arquitectura; algo que es tan hondo, tan genuino que las formalidades estrechas, las reglas estrictas y las paralizadoras trabas de las escuelas no pueden ahogar; entonces podremos proclamar que hemos tomado el rumbo cierto hacia un arte natural y satisfactorio, hacia una arquitectura que pronto llegara a ser un arte bello, en el verdadero y mejor sentido de la palabra, un arte que vivirá porque será del pueblo, para el pueblo y por el pueblo.
LOUIS HENRY SULLIVAN
THE TALL OFFICE BUILDING ARTISTICALLY CONSIDERED 1896 [fragmento]
Artículo publicado en LIPPINCOTT’S MAGAZINE en marzo 1896
El presente artículo es parte de la selección de TEXTOS MAESTROS
Imagen del Auditorium de Chicago 1886-1889, Adler+Sullivan
Editado por el arq. Martín Lisnovsky
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