“Morris define el arte como ‘la forma con que el hombre expresa la alegría de su trabajo’, niega que exista la llamada ‘inspiración’, e integra tal concepto en la noción de ‘oficio’. Y precisamente con estos conceptos obtiene justificación para rechazar la producción mecánica; de hecho, la máquina destruye ‘la alegría del trabajo’ y mata la posibilidad misma del arte. Como Ruskin, condena todo el sistema económico de su tiempo, y se refugia en la contemplación de la Edad Media, donde ‘cada hombre fabricaba un objeto, hacía al mismo tiempo una obra de arte y un instrumento útil’….pese a los esfuerzos de Morris por no admitir en sus talleres otros procedimientos que no sean los medievales, algunos productos –especialmente los tejidos- deben producirse a máquina, y en sus últimos escritos parece que Morris matiza su rechazo, admitiendo que todas las máquinas pueden ser usadas con utilidad, siempre que las domine el espíritu humano: ‘no digo que debamos suprimir a las máquinas, preferiría hacer a máquina alguna de las cosas que ahora se hacen a mano y hacer a mano otras que ahora se hacen a máquina. Deberemos ser amos de nuestras máquinas, y no sus esclavos, como ahora somos. No se trata de librarnos de esta o aquella maquina concreta, construída en acero o latón, sino de las gran maquina inconcreta de la tiranía comercial, que oprime la vida de todos nosotros’”.
Leonardo Benévolo, Historia de la Arquitectura Moderna, 7º edición 1996, Edit GG, Barcelona
Fotografía: Detalle Puerta principal de acceso de la Casa Roja 1856, Philip Webb y William Morris
Seleccionado y Editado por el arq. Martín Lisnovsky
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